Para los cristianos estaba claro, debían negociar y si no podían preservar la ciudad al menos podían obtener salvoconducto a tierras cristianas, por esto, fue enviada al campamento musulmán una embajada para negociar la paz, sin embargo el Sultán, antes de dejarles entrar les preguntó si traían las llaves de la ciudad, ante la negativa de los emisarios, Khalil se negó a negociar; sólo aceptaría la rendición incondicional de la ciudad.
El 7 de abril el asedio comenzó, según narran diversas fuentes, los gritos de guerra de los soldados que participaron en el ataque inicial fueron acompañados por el batir de los tambores y el sonar de las trompetas. Las numerosas catapultas comenzaron a lanzar rocas sobre los muros de la ciudad, destruyendo casas, templos y calles. Simultáneamente, una lluvia de flechas incendiarias, saetas y jabalinas, se alzó desde el campamento enemigo, provocando estragos en la población y prendiendo con fuego los tejados de paja o madera.
8 días después, el 15 de abril, los templarios y hospitalarios que se hallaban acuartelados en Montmusard, al norte de Acre, mandados por el Gran Maestre, Guillermo de Beaujeu, intentaron un ataque nocturno por sorpresa contra el ejército mameluco, específicamente contra los campamentos de los ejércitos de Hama y Damasco, con el fin de destruir sus máquinas de guerra. Inicialmente, el elemento sorpresa funcionó como se esperaba pero, a lo largo de las siguientes horas, las fuerzas cristianas se vieron obligadas a retirarse.
Las operaciones que los zapadores musulmanes llevaban a cabo por debajo de los muros habían avanzado con rapidez extraordinaria, y se encontraban casi debajo de la barbacana del Rey Hugo, corriendo dicha edificación el riesgo de venirse abajo, por lo que poco tiempo después, la barbacana, justo delante de la Torre del Rey Enrique, hubo de ser abandonada y durante la semana siguiente, los zapadores del sultán minaron las torres Inglesa y de la Condesa de Blois. Toda la muralla exterior se derrumbaba ante el bombardeo incesante de las catapultas y los mandrones del sultán.
El 15 de mayo, las fuerzas de Al-Ashraf atacaron la puerta de San Antonio, situada junto al castillo, siendo, inicialmente, rechazados por defensores templarios y hospitalarios tras un duro enfrentamiento. No obstante, tres días más tarde, las fuerzas mamelucas atacaron de nuevo la entrada.
Los sarracenos entran en Acre
El día 18, las tropas del Sultán abrieron brecha en la Torre Maldita, por donde irrumpieron los mamelucos rechazando a los defensores hasta muralla interior. El Temple y el Hospital tuvieron que acudir a reforzar el sector, pues en el suyo, la presión de los ejércitos de Hama y Damasco era mucho menos fuerte. Sin embargo toda la zona estaba perdida, pues más al sur, Otón de Grandsdon había cedido ante el empuje atacante y había perdido la torre de San Nicolás.
Antes de entrar y repitiendo la táctica intimidatoria inicial, Al-Ashraf ordenó el asalto acompañado de un importante número de tambores, trompetas y timbales. Eficaces arqueros preparaban el camino a la primera línea de atacantes compuesta por escuadrones suicidas. Montones de musulmanes ya corrían por la ciudad.
Para empeorar las cosas, el mismo día sucedió lo siguiente: Estando el Gran Maestre del Temple, Gillaume de Beaujeu, liderando la defensa cerca de la muralla en el sector de la Torre Maldita, se le vio repentinamente arrojar la espada y alejarse del combate hacia el interior de la ciudad, sus caballeros le reprocharon su cobardía. Pero Beaujeu respondió:
"Je ne m'enfuit pas; je suis mort. Voici le coup.
Que traducido quiere decir: "No estoy huyendo, estoy muerto, aquí está la flecha", y simultáneamente alzó el brazo dejando ver la mortal herida que había recibido en un costado, bajo la axila. Entonces sus caballeros lo transportaron por una de las poternas de la muralla del Montmusard, a una casa del barrio, cerca de la puerta de San Antonio. Donde más tarde, tanto él, como Mateo de Clermont, mariscal del Hospital, murieron. Los caballeros del Temple, transportando los cuerpos de ambos, se pusieron bajo las órdenes del Mariscal de la Orden Pierre de Severy, quién ordenó la retirada hacia la fortaleza templaria, en el sur de la ciudad, cerca del puerto.
Al enterarse de esto, el maestre del Hospital decidió retirase también, para que, tanto hospitalarios como templarios resistieran juntos en la fortaleza del Temple, sin embargo, en la retirada fue alcanzado entre los omóplatos por una lanza y, contra su voluntad, embarcado por sus hombres. Lo mismo hicieron Otón de Grandsdon y el rey Enrique junto a su hermano Amalarico.
Al enterarse de la noticia de que los jefes cristianos huían y la ciudad de Acre estaba irremediablemente perdida, el miedo se contagió a la aterrorizada población que huyó presa de pánico hacia los muelles intentando caóticamente encontrar sitio en los pocos barcos disponibles. Como los habitantes de Acre eran muchos y los barcos tan pocos, no había suficiente lugar para todos, algunos fueron literalmente abordados y sobrepasados por el excesivo peso de las atemorizadas gentes.
Semejante caos lo describe Jean de Villiers en una carta que escribió en su lecho de muerte:
Ellos [los musulmanes] entraron en la ciudad desde todos los frentes temprano en la mañana y en fuerza de hombres muy numerosa. Nosotros y nuestra orden les hicimos guerra en la puerta de San Antonio, donde había tantos sarracenos que no podía uno contarlos. Aun así, los rechazamos tres veces tan lejos como hasta el lugar llamado "Maldito". Y en esa acción y otras pelearon los hermanos de nuestra Orden en defensa de la ciudad y de sus vidas y de su país. Poco a poco perdimos todo el castillo de nuestra Orden, que es muy merecido de orar en él y que está muy cerca de la Santa Iglesia, y luego les llegó el fin. Entre ellos mi querido amigo y hermano Mateo de Clermont, nuestro mariscal, resultó muerto. Era noble y esforzado y sabía muchas cosas de armas y guerra. ¡Que Dios lo tenga en su gracia! Ese mismo día el Maestre del Temple también murió de una herida mortal de jabalina. ¡Que Dios tenga piedad de su alma! Ese día yo mismo luché contra la muerte debido a una herida que me provocó un jabalinazo entre los hombros, una herida que hace que la redacción de esta carta sea una tarea muy difícil. Mientras tanto una gran multitud de sarracenos entraba en la ciudad por todos nuestros flancos, por tierra y agua, moviéndose a lo largo de los muros, que estaban todos perforados y rotos, hasta que llegaron a nuestros refugios. Nuestros sargentos, los muchachos, los mercenarios, los cruzados y todos los otros desistieron de toda esperanza y corrieron raudos hacia los barcos, deshaciéndose de sus armas y armaduras. Nosotros y nuestros hermanos, la mayoría de los cuales habían sido heridos de muerte o se hallaban gravemente lesionados, resistimos tanto como pudimos, Dios es testigo. Y algunos de nosotros yacíamos como si estuvieramos medio muertos, estábamos muy pálidos y desmayándonos pero luchando contra nuestros enemigos, nuestros sargentos y nuestros pajes jóvenes me transportaron, mortalmente herido, mientras nuestros otros hermanos se retiraban, y gran peligro corrían. Y hasta aquí yo y otros hermanos escapamos, como Dios quiso, muchos de los cuales estábamos heridos y maltrechos sin esperanza de cura, y fuimos llevados a la isla de Chipre. En el día en que esta carta es escrita nosotros seguimos aquí, en gran pena de nuestro corazón y prisioneros de un dolor insoportable.
Última resistencia
Al-Ashraf había conseguido reconquistar la mayor parte de Acre, únicamente la fortaleza templaria situada de espaldas al mar en el extremo sur de la ciudad, se mantuvo en pie. Alrededor de doscientos caballeros templarios se habían refugiado tras sus muros defendiendo a varios cientos de civiles. Tras varios días de bombardeo, el sultán, viendo la determinación de los defensores, les ofreció la posibilidad de embarcarse sin ser molestados y envió un destacamento para controlar los preparativos.
El 25 de mayo, Pierre de Severy, comandante de los templarios, se avino a la rendición con la única condición de obtener salvoconductos hacia Chipre para los caballeros y refugiados civiles. Emisarios musulmanes entraron y procedieron a izar la bandera del Islam, en cuyo acto, mujeres y niños insultaron con fiereza a los mamelucos, respondiendo estos de manera semejante, los templarios en un intento por calmar los ánimos los separaron arma en mano, pero los mamelucos desconfiaron y desenfundaron sus cimitarras igualmente, la riña comenzó y tras minutos de combate, la disputa se saldó con la muerte de los mamelucos egipcios y el posterior cierre de las puertas de la fortaleza, reiniciando de esta manera las hostilidades.
Esa misma noche, el comandante Thibaud Gaudin (quien se convertiría en el próximo Gran Maestre) consiguió poner velas hacia Sidón al aparo de la oscuridad llevándose, según se cuenta, el tesoro templario, algunas sagradas reliquias, una pequeña fuerza de caballeros y unos pocos civiles.
Al día siguiente, 26 de mayo, el sultán volvió a ofrecer las mismas condiciones a los defensores, ante esta tentativa, Pierre de Severy, el Mariscal de la Orden, no tuvo más remedio que salir de la fortaleza, acompañado por un pequeño séquito de caballeros para negociar la rendición. Cuando fue recibido por los musulmanes, él y su escolta, bajo la atenta mirada de quienes se quedaron dentro del castillo, fueron arrestados. No hubo más ofertas por parte del Sultán para que se produjera una evacuación pacífica y los templarios que habían permanecido dentro de la fortaleza, exhaustos, heridos y sin suministros, decidieron seguir defendiendo la guarnición, pues no tenían otra opción. Todavía continuaron peleando durísimamente durante dos días y consiguieron rechazar varios ataques mamelucos.
Sin embargo, en la noche del 28 de mayo, los zapadores mamelucos que habían procedido a minar los muros de la fortaleza, abrieron, con ayuda de explosivos y combustible, una brecha, permitiendo la entrada de 2.000 mamelucos. Pero al pasar los enemigos por la brecha, el edificio se vino abajo matando a defensores y atacantes sin distinción. Los templarios que no fueron aplastados por las rocas que se desplomaron siguieron luchando toda la noche y parte de la madrugada del día 29, sin embargo, fueron derrotados por la superioridad numérica de los invasores.
Al mismo tiempo que se derrumbaba el castillo templario, el puerto era cubierto con escombros para evitar un desembarco que tuviera por objetivo recapturar la ciudad.
En cuestión de meses, las ciudades restantes en poder de los cruzados cayeron con facilidad, incluyendo Sidón (14 de julio), Jaffa (30 de julio), Beirut (31 de julio), Tortosa (3 de agosto) y Atlit (14 de agosto). Sólo la pequeña isla de Arwad, o Rwad, en las cercanías de Tortosa pudo ser mantenida hasta 1302.
En total, el asedio de Acre duró sólo seis semanas, comenzando el 6 de abril y terminando con la caída de la ciudad el 18 de mayo, aun así, los templarios aguantaron en sus cuarteles hasta el día 28 del mismo mes.
Consecuencias
La caída de Acre acabó con una era. Ninguna cruzada efectiva se organizó con el fin de recapturar Tierra Santa tras la caída de Acre, sin embargo hablar de cruzadas posteriores era muy común. En 1291, otros ideales habían capturado el interés y entusiasmo de los monarcas y nobles de Europa y aunque el Papado realizó enérgicos esfuerzos para levantar expediciones que liberaran la Tierra Santa, estos tuvieron poco impacto. El ideal de la Cruzada estaba irremediablemente oxidado.
El Reino Latino continuó existiendo, teóricamente, en la isla de Chipre. Ahí los Reyes Latinos tramaron y planearon recapturar la tierra firme, aunque en vano. Dinero, hombres, y la voluntad para hacer la tarea estaban todos escasos. Un último esfuerzo fue realizado por el rey Pedro I en 1365, cuando él exitosamente desembarcó en Egipto y saqueó Alejandría. Una vez que la ciudad fue presa del pillaje saqueo y del asesinato de musulmanes, los cruzados regresaron lo más rápido posible a Chipre para dividirse el botín. Como Cruzada, el episodio fue completamente infructuoso.
El siglo XIV vio algunas expediciones erróneamente llamadas Cruzadas, pero estas empresas diferían de muchas maneras de las expediciones de los siglos XI y XII. Las Cruzadas del siglo XIV tenían como objetivo no la recaptura de Jerusalén, sino más bien la vigilancia del avance de los turcos otomanos sobre Europa. Mientras que muchos de los cruzados en este siglo XIV abogaban por la derrota de los otomanos como meta preliminar para recapturar la Tierra Santa, ninguno de estas expediciones tuvo por objetivo un ataque directo hacia Siria o Palestina.
Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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