La Banca empieza a desarrollarse y a parecerse a lo que hoy denominamos negocio de intermediación financiera durante la Edad Media. El mantenimiento durante siglos de la especialización bancaria consolidada a finales del Imperio Romano produjo un estancamiento en el desarrollo bancario. Tanto la contracción del comercio europeo como la oposición de la Iglesia que condenaba el préstamo a interés, generaron hasta el siglo XI un cierto letargo de la banca. Fueron las Cruzadas las que provocaron con los grandes movimientos de personas, tropas y bagajes un claro renacimiento de la actividad comercial a lo largo y ancho del Mediterráneo lo que estimuló la aparición de nuevos instrumentos financieros.
Basándose en las prohibiciones eclesiásticas, la hipótesis tradicional considera a los Judíos como iniciadores de la Banca moderna pero hoy sabemos que los cristianos supieron salvar todas esas prohibiciones con hábiles procedimientos que trataremos en otra Nota. Además, la actividad de los banqueros judíos no fue tan universal como se había venido defendiendo ya que salvo en España y el Languedoc, nunca representaron un papel preponderante en el negocio financiero. Sin embargo, es evidente que las prohibiciones y limitaciones legales a la adquisición de propiedades rurales fueron determinantes en su decisión de dedicarse a las actividades mercantiles y bancarias.
También muy pronto aparecen como prestamistas de dinero algunos Monasterios. Las grandes propiedades de las que eran dueños o usufructuarios y las rentas obtenidas de ellas les permitían realizar préstamos de dinero que a veces se garantizaban con hipotecas constituidas sobre propiedades rurales. Estos préstamos no eran muy lucrativos y su interés era muy bajo ya que la idea fundamental de estas operaciones era arrancar de las garras de los usureros al pueblo llano. De ahí nace la idea de los Montes de Piedad y de las Cajas de Ahorros.
Lo mismo puede decirse de las nuevas instituciones religiosas nacidas en el siglo XII como los caballeros de la Orden del Temple que se significaron como tesoreros reales y garantes de los compromisos financieros de San Luis rey de Francia. Los templarios comenzaron a ejercer estas funciones con el objeto de recaudar fondos para el Papado y las Cruzadas pero terminaron convirtiéndose, gracias a la red de casas y monasterios que gestionaban y al origen aristocrático de casi todos sus miembros, en banqueros de reyes, mercaderes y comerciantes.
La intolerancia religiosa de los siglos XI y XII dio lugar a la persecución de los Judíos y culminó con su expulsión de diversos reinos. Los almohades prohibieron la práctica del judaísmo en Al-Ándalus sobre 1140 y Felipe Augusto de Francia los expulsó de sus dominios tras confiscar sus bienes en 1182. En 1290, Eduardo I de Inglaterra firmó el decreto de expulsión y ya en el siglo XIV, los reyes de Francia volvieron a expulsarlos en 1306, 1321, 1322 y 1394. A lo largo del cuatrocientos se repitieron las persecuciones y expulsiones en Austria (1421), Parma (1488), Milán (1490), Castilla y Aragón (1492), Lituania (1495), Portugal (1496), Navarra (1498) y Provenza (1500). Brandenburgo (1510), Túnez (1535), Nápoles (1541), Génova (1550), Baviera (1554) y los Estados Pontificios (1569 y 1593) completan la lista de estados que decretaron la expulsión de los judíos. Resulta curioso que siendo la base teórica de las persecuciones las prohibiciones eclesiásticas fuera el Papa el último en decretar su expulsión.
Todas estas decisiones provocaron grandes movimientos de población entre los diversos reinos europeos y contribuyeron a expandir los conceptos financieros manejados por los experimentados banqueros judíos y a su sustitución progresiva por Lombardos y Cahorsinos que no estaban afectados por las prohibiciones eclesiásticas. Tal fue la importancia de las familias de comerciantes lombardos convertidos en banqueros que en centroeuropa sigue llamándose lombardo al tipo de interés aplicado a los anticipos sobre títulos y Lombard Street es la calle de Londres donde aún siguen establecidos muchos bancos de la City. Aún así tuvieron que recurrir en más de una ocasión a la protección de la Curia Pontificia que los necesitaba como mercatores vel cambiatores papae. Sus operaciones típicas eran los préstamos garantizados con hipoteca y sus operaciones habituales financiaban más el consumo que la inversión. Los italianos, en especial los Lombardos, que gozaban desde antiguo de exenciones en materia eclesiástica, financiaron el comercio con Oriente y a partir del siglo XII extendieron sus actividades al resto de los reinos de Europa.
Las grandes ferias comerciales que merecen, sin duda alguna, más de una Nota futura dieron lugar a considerables movimientos de fondos, lo que unido a la inseguridad de los caminos movió a los banqueros a idear procedimientos de transferencia de dinero que no requirieran su transporte y así nació la Letra o Carta de pago por la que se rogaba a un colega que pagara una cantidad determinada al portador de la misma.
La mayoría de los historiadores económicos coinciden en que la Banca nació más del cambio de moneda que del préstamo. Los cambistas aceptaban la custodia de las monedas confiadas por sus clientes y las ponían a su disposición en el momento en que las necesitaban. Sobre este fondo, el cambista se encargaba de efectuar pagos por cuenta de su depositante y pronto obtuvo autorización para invertirlo por su cuenta comprometiéndose a entregar al cliente cuando lo pidiera una suma equivalente a la depositada. Hacia 1155 aparecen los Bancherius genoveses y a finales de ese siglo ya se tienen noticias de compensaciones, pagos efectuados a nombre de clientes y giros realizados sobre depósitos a discrezione que los clientes entregaban a cambio de un interés. En el siglo XIV aparece la polizza, documento precursor del cheque y los Banchi di Scritta que asentados en la veneciana Piazza di Rialto además de realizar las funciones financieras ya conocidas, crearon una especie particular de préstamo mediante la expansión de la Conta di banco que se utilizó como una auténtica moneda fiduciaria ya que eran depósitos bancarios transferibles sin limitación, basados en la confianza y equivalentes a la circulación a descubierto.
Entre las Compañías de este tipo destacan las familias Accaiuoli, Peruzzi, Bardi, Alberti y sobre todos ellos, los Médici. Estos anotaban en sus libros los depósitos y saldos de sus clientes y mediante una hábil compensación de partidas efectuaban los reglamentos de cuentas evitando la circulación monetaria.
Es claro, por tanto, que el desarrollo bancario era muy elevado a la llegada del Renacimiento y que si cualquiera de estos banqueros italianos del cinquecento se pasara por una de nuestras sucursales podría extrañarse de los sistemas informáticos pero, en ningún caso, de las o operaciones realizadas.
Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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