jueves, 9 de abril de 2020

(85) Serie Jerusalén XII-B: Baphomet

El rey de Francia envió órdenes selladas con la instrucción de que se abrieran el 13 de octubre de 1307, viernes, para que los senescales, barones, caballeros y tropa en general cumplieran sus órdenes. Estas incluían la detención de todos los templarios de su zona, de cualquier rango, y la puesta a disposición de los delegados reales las propiedades de la Orden. Estas instrucciones iban acompañadas de un manifiesto en el que Felipe IV plasmaba aspavientos y tristeza, explicaba los motivos de su proceder y señalaba los delitos de los que se acusaba a los templarios: “Como bestias de carga privadas de razón, superando de hecho la irracionalidad de las bestias en su bestialidad, han abandonado a Dios su creador y ofrecido sacrificios a los demonios y no a Dios... gente loca entregada a la adoración de ídolos”.

En cuanto a la manera de proceder contra los templarios, Felipe IV ordena se siga un procedimiento: detener a los templarios, ocultarles el motivo, incautación de los bienes, puesta a disposición de los detenidos bajo el comisario de la Inquisición, interrogatorio y aplicar la tortura si no se obtienen resultados. Si se obtienen, se consignará por escrito y se buscarán unos testigos. La información que se les dará en ese interrogatorio es que la que posee el Papa y el rey de Francia proviene de la propia Orden, de toda confianza, que el Papa lo sabe todo, y que se les perdonará si confiesan y se les reintegrará al seno de la Iglesia.
Hacía pocos años que la Iglesia había emitido una bula en la que se señalaba que en casos de conveniencia manifiesta podrían aplicarse métodos de tortura para encontrar la verdad y defender al pueblo de Dios. En procesos personales, la única defensa que le queda a un individuo es escribir un alegato de inocencia y listar en él los nombres de sus enemigos, de manera que si el tribunal o la comisión de la Inquisición comprueba que el delator figura en esa lista, el reo quedaría libre. En el caso de los templarios se presentó una circunstancia especialmente desfavorable para ellos: se les detuvo, se les interrogó y se les torturó individualmente por crímenes como la herejía y la idolatría que se supone que cometió la orden al completo, es decir, se les acusa personalmente por delitos colectivos. O, por decirlo de otro modo, cuando el responsable de una encomienda de provincias era interrogado y torturado en París, o en Lyon: ¿que nombres de enemigos va a reseñar en su alegato de inocencia un sargento templario de una pequeña encomienda perdida en la falda de un monte de Carcassonne, por ejemplo?
Algunos escritores –de hecho, la gran mayoría-, ante el hecho de la uniformidad en las descripciones de la ceremonia de ingreso y de algunas de las herejías descritas, sugieren la aplicación de un cuestionario en los interrogatorios y torturas.​ Esto no es descabellado, pues ya la orden de detención iba acompañada de las acusaciones en que se basaba y sobre las que se debía interrogar a los templarios, pero el manifiesto de procedimiento emitido por la casa real francesa lleva aparejada una lista con acusaciones básicas –entre las que se encuentra la apostasía por adoración de un ídolo- que hay que confirmar, aun bajo la aplicación de la tortura. Lo único que varía es la descripción del tan nombrado ídolo por parte de los reos –ver el apartado posterior al respecto Nombre)- que nunca llegó a despertar sorpresa ninguna en los inquisidores.
Además, con respecto a las declaraciones obtenidas, es sintomático que en las zonas de Francia –ni que contar fuera de ella- donde no se aplicó la tortura a los templarios, algunos de ellos llegaron a mencionar la renegación de la cruz o de Cristo, pero ninguno nombró al famoso ídolo. Jules Michelet señala que las variantes son prueba de culpabilidad pero no llega a analizar las uniformidades ni a justificar la existencia de esas variantes, sobre todo cuando algunos presos templarios habían sido iniciados en ceremonias de ingreso bajo los mismos dignatarios de la Orden, pero con herejías e ídolos completamente diferentes.
Dentro de la lista de cargos reunidos contra los templarios, lista que proporciona la comisión inquisitorial, probablemente a instancias de Felipe IV para su entrevista en Poitiers con Clemente V, aparecen más de cien acusaciones. Las referentes a la idolatría son: adoración de un gato que se les aparecía en las asambleas, que en cada provincia había ídolos, a saber, cabezas, alguna con tres caras, otras con una, y otras era una calavera humana, que adoraban a esos ídolos, o a ese ídolo, y especialmente durante los grandes capítulos y asambleas, que las veneraban, que las veneraban como a Dios, que las veneraban como a El Salvador, que decían que esa cabeza podía salvarlos, que podía hacerlos ricos, que les dio la riqueza de la Orden, que hizo que los árboles florecieran, que hizo que la tierra germinase, que tocaban o rodeaban cada cabeza de los citados ídolos con pequeños cordones, que luego se ceñían alrededor del cuerpo, cerca de la camisa o de la carne, y que actuaban así como veneración a un ídolo. En las zonas de Francia donde no se procede a los interrogatorios con torturas, o no se cobran confesiones, o si se cobran son muy ligeras: renegación de Cristo y la absolución que daba el Maestre a algunos miembros de la Orden.
Cuando se celebraron los concilios provinciales en otros países, el resultado fue claramente a favor del Temple, en el sentido de que no reconocieron su participación en actividades heréticas, mágicas, o demoníacas. Por ejemplo, en un interrogatorio llevado por el Arzobispo de Tarragona sobre 32 templarios, en la casa de los dominicos de Lleida, en 1310, ninguno admitió las acusaciones. Los reos de Nápoles, bajo la bota de Carlos II de Nápoles y Sicilia, pariente de Felipe IV, reconocieron haber oído hablar de un gato o de un gato gris.
En los Estados Pontificios no se consiguió ninguna declaración. Sin embargo, cuando se insistió ante Clemente V y acabaron aplicando la tortura, se encontraron confesiones sobre la cruz, los besos obscenos y la adoración de un ídolo. En Lombardía y la Toscana se aplicó la tortura por orden de Clemente V. No obstante, aunque no se incluyeron en las actas del proceso en esa zona, se obtuvieron más negativas a las acusaciones que confesiones de culpabilidad. En Alemania los 37 templarios protestaron su inocencia y se ofrecieron a pasar la prueba de fuego para demostrarlo, así como un buen número de testigos ajenos al Temple. En un lugar más aislado, y con un cierto resentimiento hacia los templarios, por varias décadas de política poco afortunada, como es el caso de Chipre, los testimonios, de dentro y de fuera de la Orden, eran totalmente exculpatorios.
Para terminar esta prolija mención a las declaraciones de inocencia que la Orden mostró por medio de sus miembros interrogados en diversos países, queda reflejar la inocencia que quedó manifestada por los defensores del Temple durante su proceso en Francia. Ante la comisión papal para investigar los cargos e interrogar a los templarios reos y libres, se formó, con el paso del tiempo –proceso que culminó en 1310-, un grupo de más de 600 miembros de la Orden que querían asumir su defensa –lamentablemente, contando con un escaso apoyo de los dirigentes, como es el caso del Maestre Jacques de Molay-, a pesar de que algunos de ellos ya habían sido interrogados y torturados, rebatiendo sus propias declaraciones y cayendo, sabiéndolo o no, en el peligro de ser supliciados por relapsos –retractarse de una confesión previa de culpabilidad-. Este conato de defensa quedó abortado cuando el arzobispo de Sens –jurisdicción de París-, actuando como director de su propia comisión provincial papal, consideró culpables de herejía y relapsos a 54 templarios, los cuales fueron quemados vivos en la hoguera. Ninguno de esos 54 templarios ejecutados sin compasión confesó su participación en actividades heterodoxas en sus ceremonias de ingreso ni, por descontado, confesaron haber tratado con un ídolo.
Un aspecto a añadir para terminar este apartado es la voluntad de la Corona francesa, por medio de sus agentes, senescales y caballeros armados, de encontrar el famoso ídolo templario. Por orden real se peinaron todas las casas, iglesias y encomiendas templarias con el objetivo de llevar a París cualquier imagen, ligeramente apartada de la ortodoxia, que pudiera tomarse por el famoso ídolo. No se encontró más que una imagen en la casa de la Orden en París, el famoso Temple. Se trata de una cabeza de mujer que podría ser un relicario –ver más adelante, en el apartado Descripción-. Un corolario a estas pruebas extraídas de las actas de los procesos contra los templarios es que la aparición en esecena de un ídolo llamado Baphomet se ciñe a las proximidades o influencia de la Corte Francesa. En zonas más alejadas, periféricas o ajenas no se encontraron testimonios, pruebas ni indicios de la existencia de un "Baphomet" templario
El Baphomet en el Regla delTemple
La Regla del Temple no menciona en ninguna ocasión nada semejante a un ídolo, imagen, pintura, o escultura, que se utilizara en las ceremonias de ingreso. Esto es coherente con el hecho de que tampoco describe cómo deberá ser esa ceremonia para el acogimiento de un nuevo templario.
En los Retrais, especie de Estatutos, posteriores a la Regla, pues se supone escritos entre los años 1165 y 1187, se indica en su artículo 231 –uno más de una lista por las que un hermano perdería su hábito y sería expulsado de la Orden-, perteneciente a la sección «Penitencias»: “La octava cosa es la herejía, o quienquiera que vaya contra la Ley de Nuestro Señor”. Dentro de los Retrais, en el apartado de Vida Conventual –de fecha posterior, como un añadido a los Retrais antecedentes-, se describen faltas que ocasionan la pérdida del hábito y la expulsión de la Casa. Uno de ellos, el artículo 422, dice: “La séptima es si se descubre que un hermano es hereje, es decir, si no cree en los artículos de fe en los que la Iglesia de Roma cree y le manda creer”.
Hay un añadido en los Retrais que muestra ejemplos de situaciones o actividades mal hechas para que no quepa ninguna duda sobre la detección de faltas y su castigo. En los artículos 571 y 572 se habla de circunstancias que causan la pérdida del hábito y de la casa: “ser hombre de mala fe”, “no creer en la fe de Jesucristo”, “hacer cualquier cosa contra la ley de Nuestro Señor”. Además, para este último caso, se describe el caso de tres templarios que en el castillo Château Pèlerin realizaron prácticas de sodomía y cómo fueron castigados.
Los artículos de los Retrais que van del 657 al 686 son homogéneos en el sentido de que tratan de un tema común: el ingreso en la Orden de los neófitos. Por ello se suelen agrupar, en la bibliografía, bajo el título: “Acogida en la Orden”. En ellos no se menciona en ninguna ocasión acto que pudiera tacharse de poco ortodoxo siquiera.
Según algunos autores existe una segunda regla, denominada Regla Secreta o Regla del Maestre Roncelin, traducida por Metzdorff de un documento que, según él, había encontrado en los Archivos Vaticanos a mediados del siglo XIX. La controversia es inmediata pues ante la acusación de que el soporte de esa Regla no tiene la antigüedad requerida, y que el lenguaje interno tampoco se corresponde con el que sería en el siglo XIII o XIV, se responde que se trata de copias que han sido necesarias para la conservación del documento. En esa Regla aparecen tres artículos, de los 20 que tiene, que mencionan el bafomet. El XVI hace referencia a la oración del baphomet, como tercera oración de una fase de la ceremonia de ingreso, donde se recita la introducción al Corán y se explica que sólo hay un Dios; el artículo XVII explica que la siguiente fase de la ceremonia consiste en sacar el baphomet de su sagrario, se recitan alabanzas en árabe, se besa la imagen y se toca con los cinturones; y el artículo XVIII explica cómo se lleva al neófito al archivo secreto y se le enseñan los textos esotéricos, alguno de ellos relativo al “verdadero baphomet”, textos que no debe ver nadie de la Orden ni los eclesiásticos admitidos en ella.

Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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