Vivir en la frontera
En el siglo X no había una delimitación precisa entre un lado y otro de lo que hoy llamaríamos «frontera» que separaba los condados de la Marca Hispánica de al-Ándalus. Por una parte, la separación entre los distintos territorios era imprecisa y no se trataba de un área despoblada, sino que en ella había algunos pobladores de obediencia incierta. Por otra parte, a cada lado había habitantes que estaban sometidos a autoridades civiles y religiosas cuya sede se encontraba en el bando opuesto.
En el siglo X no había una delimitación precisa entre un lado y otro de lo que hoy llamaríamos «frontera» que separaba los condados de la Marca Hispánica de al-Ándalus. Por una parte, la separación entre los distintos territorios era imprecisa y no se trataba de un área despoblada, sino que en ella había algunos pobladores de obediencia incierta. Por otra parte, a cada lado había habitantes que estaban sometidos a autoridades civiles y religiosas cuya sede se encontraba en el bando opuesto.
La franja de separación entre los dominios cristianos y musulmanes tampoco tenía una extensión uniforme. En las proximidades de Lleida y Balaguer, esta franja era más estrecha, en parte por la potencia de estos dos enclaves musulmanes y en parte por la supervivencia de comunidades cristianas que debían de mantener una importante relación con sus correligionarios del otro lado de la frontera. En cambio, era mucho más amplia al sudoeste de Barcelona, donde a lo largo del siglo fueron apareciendo castillos que, a su vez, atraían a nuevos pobladores. Estos castillos, que solían situarse en lo alto de cimas u otros puntos con gran visibilidad, iban configurando una red que respondía a un proyecto tanto de defensa como de dominación del territorio circundante. En cambio, en los valles y llanuras se multiplicaban los edificios de carácter religioso, los cuales constituían una segunda red territorial, promovida por abades, obispos y magnates, y que indican la multiplicación de los núcleos de población.
Desaparición
El imperio almorávide
Con la disgregación del califato de Córdoba a inicios del siglo XI, quedó en manos de las taifas fronterizas la defensa del territorio bajo dominio musulmán frente a los reinos y condados que habían configurado la Marca Hispánica y que, liberados de su dependencia de la monarquía franca, se mostraban cada vez más ansiosos por ampliar sus dominios. Para ello, los gobernantes de las taifas no dudaron en recurrir a tropas mercenarias cristianas. Así, probablemente fue en la batalla de Graus (1063) donde Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como El Cid Campeador, Mio Cid o simplemente El Cid (del árabe dialectal سيد, sīd, «señor»), peleó por primera vez, como caudillo de sus mesnadas mercenarias a las órdenes del rey taifa de Zaragoza Al-Muqtadir, quien de todos modos, a su muerte, y como ya hizo su padre, volvió a dividir el reino al entregar a su hijo Al-Mutamin Zaragoza y la zona occidental, y a su hijo Al-Mundir, Lleida, Tortosa y Denia.
Por su parte, el rey Ramiro I de Aragón ya había intentado repetidas veces apoderarse de las ciudades islámicas de Barbastro y Graus, lugares estratégicos que formaban una cuña entre sus territorios. Barbastro era la capital del distrito nororiental de la Taifa de Zaragoza y esta localidad acogía un importante mercado.
En 1063 Ramiro I sitió Graus, pero Al-Muqtadir en persona, al frente de un ejército que incluía un contingente de tropas castellanas al mando de Sancho II de Castilla, hermano de Alfonso VI de León, que contaba entre sus huestes con un joven castellano llamado Rodrigo Díaz de Vivar, consiguió rechazar a los aragoneses, que perdieron en esta batalla a su rey Ramiro I. Poco duraría el éxito, pues el sucesor en el trono de Aragón, Sancho Ramírez, con la ayuda de tropas de condados francos ultrapirenaicos y en unión con Armengol III, conde de Urgell, que murió en la reyerta, tomó Barbastro en 1064 en lo que se considera la primera llamada a la cruzada conocida.
Al año siguiente, Al-Muqtadir reaccionó solicitando la ayuda de todo al-Ándalus, llamando a su vez a la yihad y volviendo a recuperar Barbastro en 1065. Este triunfo permitió a Al-Muqtadir tomar el sobrenombre honorífico de Billah («El poderoso gracias a Alá»), y Barbastro siguió en manos de la Taifa de Zaragoza hasta que Armengol IV, conde de Urgell, la volviera a conquistar, ya bajo el reinado de Al-Musta'in II.
La llegada de los almorávides representó un freno temporal a esta expansión: derrotaron a Alfonso VI de León en la batalla de Zalaca de 1086 y se apoderaron de los reinos de taifas. Los protegieron de los cristianos y ayudaron a su economía con la introducción de una nueva moneda, pero su ocupación militar causaba un creciente desagrado. En 1090 el imperio almorávide reunificó las taifas como protectorados sometidos al poder central de Marrakech y destituyeron a todos los reyes de taifas excepto a Al-Mustaín, que conservó buenas relaciones con los almorávides, gracias a lo cual se mantuvo como reino fronterizo independiente, ya que, al constituir una avanzadilla de al-Ándalus frente a los cristianos, fue el único territorio que evitó la unificación almorávide.
Tras una tercera conquista islámica, Barbastro fue recuperada definitivamente en 1101 por el rey Pedro I de Aragón que, con el permiso del Papa, la convirtió en sede episcopal, trasladando la sede desde Roda de Isábena.
En el año 1137 se produjo en la ciudad uno de los acontecimientos históricos más relevantes: en el barrio del Entremuro se firmaron los esponsales entre el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, y Petronila, hija de Ramiro II el Monje. La boda se celebró mucho más tarde, en el mes de agosto de 1150, en Lérida, que había caído en manos del propio Ramón Berenguer IV y del conde Ermengol VI de Urgell un año antes.
Ya a principios del siglo XII, el conde Ramón Berenguer III (1082-1131) de Barcelona había incorporado a sus dominios el condado de Besalú (1111) (mediante alianza matrimonial), el de Cerdaña (1117 o 1118) (por herencia), y había conquistado parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131). Más allá de los Pirineos, también controlaba el de Provenza (desde 1112), que al morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón. Otros condados, como Pallars, Urgell, Rosselló o Ampuries acabaron integrándose posteriormente, entre el último tercio del siglo XII y el siglo XIV, en la Corona de Aragón.
Ya a principios del siglo XII, el conde Ramón Berenguer III (1082-1131) de Barcelona había incorporado a sus dominios el condado de Besalú (1111) (mediante alianza matrimonial), el de Cerdaña (1117 o 1118) (por herencia), y había conquistado parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131). Más allá de los Pirineos, también controlaba el de Provenza (desde 1112), que al morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón. Otros condados, como Pallars, Urgell, Rosselló o Ampuries acabaron integrándose posteriormente, entre el último tercio del siglo XII y el siglo XIV, en la Corona de Aragón.
Ramón Berenguer IV el Santo a la muerte de su padre en 1131 recibió el Condado de Barcelona, mientras que su hermano gemelo Berenguer Ramón le sucede en Provenza. En agradecimiento al apoyo mostrado, en contra de los castellanos, Ramiro II de Aragón le ofreció a su hija Petronila, de un año de edad, en matrimonio.
Ramiro depositó en su yerno el reino pero no su dignidad real, otorgada legítimamente a la casa de Aragón, por su antepasado Sancho III el mayor del reino de Navarra, firmando en adelante Ramón Berenguer como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. Luego Ramiro renunció al gobierno, aunque no a su título de rey, pues seguía siendo el Señor Mayor de la Casa de Aragón en tanto que Alfonso no cumpliera la mayoría de edad y volvió al convento. De esta manera, Ramiro II, hijo del rey de Navarra Sancho Ramírez, cumplió la misión de salvar la monarquía y así también se uniría el Reino de Aragón con el Condado de Barcelona. En marzo de 1157 nacía en Huesca el primogénito de la pareja formada por Ramón Berenguer y Petronila, llamado como su padre: Ramón Berenguer, que reinará con el nombre de Alfonso II en honor a Alfonso I, y se convertirá en el primer rey de la Corona de Aragón.
La fecha en la que los condados catalanes se independizan formalmente de Francia es el 11 de mayo en 1258 con el tratado celebrado en Corbeil entre Jaime I de Aragón, el Conquistador y el rey de Francia Luis IX. En dicho tratado ambos reyes cedieron derechos sobre territorios, Jaime I sobre territorios occitanos y el francés sobre los condados catalanes, que pasaron a depender únicamente del monarca de la Corona de Aragón.
El estado de Andorra en los Pirineos y su historia proporcionan un típico ejemplo de los señoríos feudales de la región, siendo la única pervivencia actual de la Marca Hispánica.
Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
Grupo en Facebook |
No hay comentarios:
Publicar un comentario