sábado, 6 de junio de 2020

(100) La Marca Hispánica II

Orígenes de los Condados Aragoneses
Tras la conquista musulmana de la península ibérica, los condados que posteriormente formarían el Reino de Aragón (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, de occidente a oriente), se constituyeron como marcas carolingias al frente de las cuales se ponía un marqués o gobernador franco. Sin embargo, el estatus del condado de Sobrarbe permanece sin aclarar, pues el islam controlaba la ciudad más importante de este territorio, Boltaña, y las rutas comerciales que atravesaban los Pirineos desde el territorio de Sobrarbe. No parece que hubiera, en los primeros tiempos, ninguna comunidad cristiana significativa.

Sí hubo, en cambio, creación de monasterios, cultivo de tierras de labor y actividad ganadera en el núcleo primitivo de Aragón y en Ribagorza. El condado de Aragón se articulaba en torno al río Aragón, desarrollándose en los valles de Ansó, Hecho, Aisa y Canfranc y cuyo centro eclesiástico y cultural era el monasterio de San Pedro de Siresa y, más tarde, la ciudad de Jaca.
A fines del siglo VIII, los cristianos montañeses fueron dominados por el poder carolingio y, al frente del primigenio Aragón, pusieron a un conde franco llamado Aureolo. A su muerte en 809 fuerzas de la cora Harkal-Suli, división administrativa del emirato de Córdoba que comprendía aproximadamente la actual provincia de Huesca, ocuparon fugazmente el condado de Aragón. Pero no mantendrían ni un año este dominio, pues en 810 el conde autóctono Aznar I Galíndez, posiblemente alzado al poder con el apoyo del rey de Pamplona Íñigo Arista, obtuvo de nuevo el condado. Posteriormente fue expulsado de estas tierras por García Galíndez «el Malo», aunque como compensación obtuvo el gobierno de los condados de Urgel y Cerdaña.​ Con todo, Aznar I Galíndez estableció una dinastía condal hereditaria en Aragón desde la primera década del siglo IX, puesto que su hijo Galindo Aznárez I (o Galindo Aznar), gobierna el condado de Aragón desde los años 830 hasta mediados o finales de la década de 860, poder que se extendió también al condado de Pallars. El condado, liberado de la dependencia de los francos, quedó sin embargo bajo la influencia del reino de Pamplona. A pesar de ello, el condado aragonés logró preservar su identidad social y administrativa.
Sobrarbe era un territorio sometido a la autoridad del valí de Huesca desde la ciudad de Boltaña, la ciudad fortificada de Alquézar y, en última instancia, desde Barbastro, el núcleo urbano y comercial más importante de la zona. De todos modos, a partir del 775, está documentado Blasco de Sobrarbe como señor de las tierras más septentrionales de este territorio para, poco después, integrar esta comarca norteña a los dominios del conde de Aragón. Ya a comienzos del siglo X pasa a unirse al condado de Ribagorza tras el matrimonio de Bernardo Unifredo con Toda Galíndez, hija de Galindo II Aznárez, dotada con el condado de Sobrarbe.
Ribagorza tuvo en sus inicios una mayor dependencia de los francos, como era habitual en las marcas más orientales. Desde el siglo IX se constituye como un territorio cristiano articulado por los valles de los ríos Noguera Ribagorzana y Noguera Pallaresa y la cuenca del Isábena. Estaba vinculado a los condes de Tolosa hasta que, tras la crisis del condado tolosano del último cuarto del siglo IX provocada por la violenta muerte del conde Bernardo II, un magnate local, Raimundo I de Ribagorza-Pallars se erige como conde independiente del poder franco e inicia una dinastía propia. Así se puede decir que, al igual que sucederá con los condados más orientales, es el siglo X el momento en que comienza la disgregación en condados independientes de la Marca Hispánica.
Orígenes de los Condados Catalanes
Inmediatamente después de la conquista carolingia, en los territorios dominados por los francos, se encuentra la mención de unos distritos político-administrativos —Pallars, Ribagorza, Urgel, Barcelona, Gerona, Osona, Ampurias, Rosellón— que reciben el nombre de condado, dentro del cual, como subdivisión, existen otras circunscripciones menores, el «pago» (pagus, en singular), como por ejemplo, Berga o Vallespir.
El origen de estos condados o pagos se remonta a épocas anteriores a los carolingios, tal como lo testimonia la frecuente coincidencia entre sus límites y los de los territorios de antiguas tribus íberas; como ejemplo, el condado de Cerdaña correspondía al pueblo de los ceretanos, el de Osona al de los ausetanos, y el pagus de Berga a los bergistanos o bergusis. En consecuencia estos territorios, forzosamente, deberían haber tenido alguna entidad política-administrativa en tiempos de los romanos y de los visigodos, aunque no se denominasen condados, ni hubiesen estado gobernados por condes en la época de los reyes de Toledo; en la monarquía visigoda, los condes, situados en jerarquía por debajo de los duques, la máxima autoridad provincial, gobernaban sólo las ciudades, circunscribiéndose su autoridad exclusivamente al ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas, que excluían el distrito rural dependiente de la ciudad. Por consiguiente, para organizar los territorios ganados al sur del Pirineo, los francos no crearon ninguna entidad, sino que se limitaron a conservar las ya establecidas por las tradiciones administrativas de sus pobladores.
Inicialmente la autoridad condal recayó en la aristocracia local, tribal o visigoda, pero los intentos de convertir sus demarcaciones en señoríos hereditarios obligó a los carolingios a sustituirlos por condes de origen franco. De este modo, en Gerona, Urgel y Cerdaña hubieron de aceptar en el año 785 la autoridad franca que impuso el Imperio carolingio en estas marcas como baluarte contra la pujante expansión del emirato cordobés del poderoso Abderramán I, ya independizado de oriente. Asimismo, Carlomagno, que en esta época rivalizaba por el dominio de occidente con el Emirato de Córdoba, situó marqueses y consolidó su poder ocupando Ribagorza, Pallars, Cerdaña, Besalú, Gerona, Ausona y Barcelona donde estableció caudillos con prerrogativas militares para oponerse a las ofensivas árabes. A lo largo de todo el siglo IX los condados hispánicos dependerán del emperador carolingio.
Los condados pirenaicos orientales que a partir del siglo XIII constituirían una entidad con una idiosincrasia común llamada Cataluña no solo dependían administrativamente del Imperio carolingio, sino también desde el punto de vista eclesiástico. El poder religioso en estos condados dependió del arzobispado carolino de Narbona durante más de cuatrocientos años entre los siglos VIII y mediados del XII, cuando en 1154 el papa Anastasio IV otorgaba a la sede tarraconense el título de metropolitana. Todo ello pese a los intentos en este periodo de restaurar un arzobispado propio similar al que tuvo el Reino visigodo en Tarragona de Sclua (fines del IX) o Cesareo, que quiso restaurar el arzobispado en Vich en 970 sin conseguirlo. De tal modo que la Marca Hispánica dependía tanto del poder civil, como del poder religioso franco.
En todo caso, el territorio de la Marca Hispánica se estabilizó durante todo el siglo IX en una frontera entre el Reino de Carlomagno y la Marca Superior andalusí delimitada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf.
Condados pirenaicos procedentes de la Marca Hispánica de Carlomagno
El siglo X viene marcado por la fragmentación política de los condados orientales, aunque se va afirmando progresivamente la hegemonía del conde de Barcelona, que desde principios del siglo ya controla también el de Osona y el de Gerona (como mínimo desde 908). Es el siglo X el del esplendor político y militar del Califato de Córdoba, por lo que el condado de Barcelona y el condado de Osona se mantuvieron a la defensiva durante toda esta época; no obstante Almanzor atacó Barcelona en el año 985 y la mantuvo en estado de sitio durante más de una semana, para finalmente saquear la capital condal.
Solo con la desmembración del califato cordobés, los condados de Urgel y de Barcelona pudieron pasar a la ofensiva y, como el resto de los estados cristianos, iniciar una expansión de su territorio mediante repoblación de tierras y conquistas militares con el apoyo financiero del cobro de parias a las taifas andalusíes a cambio de compromisos de no agresión.
Con el tiempo, los lazos de dependencia de los condados respecto de la monarquía franca se fueron debilitando. La autonomía se consolidó al afirmarse los derechos de herencia entre las familias condales. Esta tendencia fue acompañada de un proceso de unificación de los condados hasta formar entidades políticas más amplias.
El conde Wifredo el Velloso representó esta orientación. Su gobierno coincidió con un periodo de crisis que llevó a la fragmentación del Imperio carolingio en principados feudales. A partir de entonces, los feudos francos se transmitieron por herencia y los reyes francos simplemente sancionaron la transmisión. Wifredo fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca y el primero que legó sus estados a sus hijos. Consiguió reunir bajo su mando una serie de condados pero no los transmitió unidos en herencia a sus hijos. Conde de Urgel y Cerdaña en 870, recibió en el año 878 los condados de Barcelona, Gerona y Besalú de los reyes carolingios. A su muerte en 897, la unidad se rompió, pero el núcleo formado por los condados de Barcelona, Gerona y Osona se mantuvo indiviso. De esta forma, se crea la base patrimonial de la casa condal de Barcelona, lo cual ha sido considerado por sectores de la historiografía catalana como el inicio de la independencia de la Marca Hispánica de estos condados, que se aglutinarían en el siglo XIV en el Principado de Cataluña.
Los condes que sucedieron a Wifredo al frente del condado de Barcelona mantuvieron su lealtad a los carolingios, incluso frente a los intentos de diversos usurpadores de ocupar el trono franco. Así, durante el reinado de Carlos el Simple se mantuvo la cronología según sus años de reinado en los documentos del condado, pero esta costumbre se interrumpió durante el gobierno de Raúl de Borgoña, y volviendo posteriormente a ser restaurada con el retorno de los carolingios al poder con Luis de Ultramar en 936. De todos modos, no consta que el conde Suñer I fuese a rendirle homenaje personalmente ni que le jurase fidelidad, aunque sí acudieron diversos clérigos y magnates del condado.
En el 985 Barcelona, entonces gobernada por el conde Borrell II, es atacada e incendiada por Al-Mansur que la saquea el 6 de julio, tras ocho días de asedio. El conde se refugia entonces en las montañas de Montserrat, en espera de la ayuda del rey franco, pero no aparecen las tropas aliadas, lo que genera un gran malestar. En el año 988, aprovechando la sustitución de la dinastía Carolingia por la dinastía Capeta, no consta que el conde de Barcelona Borrell II prestase el debido juramento de fidelidad al rey franco, pese a que éste se lo requirió por escrito. Este acto es generalmente interpretado como el punto de partida de la independencia de hecho del condado de Barcelona.

Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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