La Caída de Constantinopla
La historia del Imperio bizantino tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la de una prolongada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los otomanos, mientras en los Balcanes debió competir con los Estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204. En el Mediterráneo, la superioridad naval veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio, reducido a ser uno más de los numerosos Estados balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares de la Corona de Aragón y dos devastadoras guerras civiles.
Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas safávidas estaban demasiado divididos para poder atacarlo, pero finalmente los turcos otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas, a excepción de unas cuantas ciudades portuarias. Los otomanos —núcleo originario del futuro Imperio otomano— procedían de uno de los sultanatos escindidos del Estado selyúcida encabezado por un jefe llamado Osmán I Gazi, que daría el nombre a la dinastía otomana u osmanlí.
El Imperio bizantino hacia 1400 ya no era un imperio: terminó reducido a Mesenia, Salónica y Constantinopla, aisladas entre sí.
El Imperio solicitó el socorro de Occidente, pero los diferentes Estados pousieron como condición la reunificación de la Iglesia católica y la ortodoxa. Los mandatarios bizantinos estudiaron la unión de las Iglesias y ocasionalmente incluso llegaron a imponerla por decreto, pero los ortodoxos no la aceptaron. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos conquistaron los territorios restantes.
Constantinopla parecía en principio inexpugnable debido a sus poderosas defensas, pero, con el advenimiento de los cañones, las murallas —que habían sido impenetrables excepto para los integrantes de la Cuarta Cruzada durante más de mil años— ya no ofrecían la protección adecuada frente a los otomanos. La caída de Constantinopla se produjo finalmente el 29 de mayo de 1453, después de un sitio de dos meses llevado a cabo por Mehmet II. El último emperador bizantino, Constantino XI Paleólogo, fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos, que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Mehmet II también conquistó Mistra en 1460 y Trebisonda en 1461. El último titular de la Corona del Imperio bizantino, Andrés Paleólogo, sobrino de Constantino XI, vendió su título imperial a Fernando II de Aragón y V de Castilla e Isabel I de Castilla antes de su muerte en 1502.[8] Sin embargo, no se tiene constancia de que ningún monarca español haya usado los títulos imperiales bizantinos.
Mundo Bizantino
Demografía
Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio bizantino. J. C. Russell indica que a finales del siglo iv la población total del Imperio romano de Oriente era de unos veinticinco millones, repartidos en un área de aproximadamente 1 600 000 km². Hacia el siglo ix, sin embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria, Egipto y Palestina y la crisis de población del siglo VI, se cree que habitaban el Imperio alrededor de trece millones de personas en un territorio de 745 000 km².
Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es probable que el basileus rigiese los destinos de más de cuatro millónes de personas. Desde entonces el territorio del Imperio —y, por ende, su población— fue reduciéndose rápidamente hasta la caída de Constantinopla en 1453.
Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del Imperio, especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.
En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los siglos iv y v. Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado considerablemente desde el siglo II (llegó a tener un millón y medio de habitantes, que conservó hasta el siglo v), Constantinopla, con solo unos cien mil —en el momento de su fundación, contaba escasamente con treinta mil habitantes—, llegó en época de Justiniano a los cuatrocientos mil.
Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en esa misma época se ha calculado en torno a los trescientos mil habitantes, algo mayor que la de Antioquía (un cuarto de millón). A estas les seguían en tamaño otras ciudades menores como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica, Tebas y Atenas.
El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras como a una desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo siguiente, tras la pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago, solo quedaron dos grandes ciudades en el Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla decreció considerablemente durante los siglos VI y VII (a causa, entre otras razones, de la peste) y solo comenzó a recuperarse a mediados del siglo VIII. Se calcula que su población sería de trescientos mil habitantes durante el renacimiento macedónico, y de no menos de medio millón bajo la dinastía Comnena.
En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se calcula que, en el momento de su conquista por los turcos, la población de la capital estaba en torno a los cincuenta mil habitantes, y la de la segunda ciudad del Imperio, Tesalónica, rondaba los treinta mil.
Economía
Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era la agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero. Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos La principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a grandes cantidades de operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a producir su propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto celosamente guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el siglo XII.
Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el siglo VII, cuando el islam se apoderó de las provincias meridionales del Imperio. Era especialmente importante la posición de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia, y al dominar el estrecho del Bósforo, los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a Europa occidental) y el mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).
Existían tres rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:
El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujará). Se conoce como Ruta de la Seda.
Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del mar Negro, a través de los puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta en época de Justino II.
Por mar, desde la costa de Egipto, a través del mar Rojo y del océano Índico, aprovechando los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no solo el comercio con la India, sino también con el reino de Aksum, en la actual Eritrea. Una pormenorizada relación de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero Cosmas Indicopleustes. El comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando en el siglo VII se perdieron las provincias meridionales del Imperio.
El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de las ruinosas concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y a Pisa.
Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido bizantino y el besante, de extendido prestigio en el comercio mundial de la época.
Fin de la Sexta Parte (6 de 10)
Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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