lunes, 9 de diciembre de 2019

(26B) Los Templarios: Parte II de VII

FUNDACIÓN Y PRIMEROS TIEMPOS

Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su segundo rey, tras la muerte de su hermano Godofredo de Bouillón, algunos de los caballeros que participaron en la Primera cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que viajaban a ellos. Balduino I necesitaba organizar el reino y no podía dedicar muchos recursos a la protección de los caminos, ya que no contaba con efectivos suficientes para hacerlo. Esto, y el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente del conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a aquellos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, así como a otorgarles derechos y privilegios, entre los que figuraba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la mezquita de Al-Aqsa, ubicada a la sazón en el interior de lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y, cuando Balduino abandonó la mezquita y sus alrededores como palacio para fijar el trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los templarios, que de esta manera adquirieron no solo su cuartel general, sino su nombre.

Además, el rey Balduino se ocupó de escribir cartas a los reyes y príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no solo por el poder político, sino también por el eclesiástico, ya que fue el patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la orden en Jerusalén, en 1129 se reunió el llamado Concilio de Troyes, que se encargaría de redactar la regla para la recién nacida Orden de los Pobres Caballeros de Cristo.

El concilio fue encabezado por el legado pontificio D'Albano, y concurrieron los obispos de Chartres, Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y demás casas eclesiásticas de Francia. Hubo también varios abades, como san Esteban Harding, mentor de san Bernardo, el mismo san Bernardo de Claraval y laicos como los condes de Champaña y de Nevers. Hugo de Payens expuso ante la asamblea las necesidades de la orden, por lo que se decidieron, artículo por artículo, hasta los más mínimos detalles de esta, desde la forma de ayunar hasta la de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.

Por lo tanto, la regla más antigua de la que se tiene noticia es la redactada en ese concilio. Escrita casi seguramente en latín, se basaba hasta cierto punto en los hábitos y usos anteriores al concilio. Las modificaciones principales derivaban de que hasta entonces los templarios vivían bajo la Regla de San Agustín, que en el concilio se sustituyó por la Regla Cisterciense (la de san Benito, pero modificada) y que profesaba san Bernardo.

La regla primitiva constaba de un acta oficial del concilio y de un reglamento de 75 artículos, entre los que figuran algunos como:
Artículo X: Del comer carne en la semana:
En la semana, si no es en el día de Pascua de Natividad, o Resurrección, o festividad de Nuestra Señora, o de Todos los Santos, que caigan, basta comerla en tres veces, o días, porque la costumbre de comerla, se entiende, es corrupción de los cuerpos. Si el martes fuere de ayuno, el miércoles se os dé con abundancia. En el domingo, así a los caballeros como a los capellanes, se les dé sin duda dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno y den gracias a Dios.

Una vez redactada, fue entregada al patriarca latino de Jerusalén Esteban de la Ferté, también llamado Esteban de Chartres, si bien algunos autores estiman que el redactor pudo ser su predecesor, Garmond de Picquigny, que la modificó eliminando 12 artículos e introduciendo 24 nuevos, entre los cuales se encontraba la referencia a que los caballeros solo vistieran el manto blanco y los sargentos un manto negro.

Después de recibir la regla básica, cinco de los nueve integrantes de la orden, encabezados por Hugo de Payens, viajaron primero por Francia y después por el resto de Europa, con el objeto de recoger donaciones y alistar caballeros en sus filas. Se dirigieron inicialmente a sus lugares de procedencia, en la certeza de que serían aceptados y asegurándose cuantiosas donaciones. En este periplo consiguieron reclutar en poco tiempo cerca de trescientos caballeros, sin contar escuderos, hombres de armas y pajes.

Para la orden, en Europa fue importante la ayuda que les concedió el abad san Bernardo de Claraval, quien, por sus parentescos y su cercanía con varios de los nueve primeros caballeros, se esforzó sobremanera en darla a conocer por medio de sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal. San Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto gran maestre de la orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens. Era también un creyente convencido y hombre de gran carácter, de una sapiencia y una independencia admiradas en muchas partes de Francia y en la propia Santa Sede. Reformador de la Regla Benedictina, fueron muy conocidas sus discusiones con Pedro Abelardo, brillante maestro de la época.

Así pues, era de esperar que san Bernardo aconsejara a los miembros de la orden una regla rígida y que los instara a aplicarse a ella en cuerpo y alma. Participó en su redacción en 1129, en el Concilio de Troyes, durante el cual introdujo numerosas enmiendas al texto básico que redactó el patriarca de Jerusalén Esteban de la Ferté. Posteriormente, ayudó de nuevo a Hugo de Payens en la redacción de una serie de cartas en las que defendía a la Orden del Temple como el verdadero ideal de la caballería e invitaba a las masas a unirse a ella.
Las bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145) confirmaron los privilegios de la orden. De manera resumida, otorgaban a los caballeros templarios una autonomía formal y real respecto de los obispos y quedaban sujetos tan solo a la autoridad papal. Asimismo, los excluían de la jurisdicción civil y eclesiástica, les permitían tener sus propios capellanes y sacerdotes pertenecientes a la orden y les otorgaron el poder de recaudar bienes y dinero de variadas formas. Por ejemplo, tenían derecho de óbolo (las limosnas que se entregaban en todas las iglesias) una vez al año. Además, estas bulas papales les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa y les concedían atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les reportó gran independencia y poder.

En 1167 (o en 1187, según algunos estudiosos​) se redactaron los estatutos jerárquicos de la orden, una especie de reglamento que desarrollaba artículos de la regla y normaba aspectos necesarios que no habían sido tenidos en cuenta por la regla primitiva. Por ejemplo, la jerarquía de la orden, detallada relación de la vestimenta, vida conventual, militar y religiosa o deberes y privilegios de los hermanos templarios. Consta de más de 600 artículos, divididos en secciones.

Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los Santos Lugares, y, ya que su escaso número (nueve) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Se instalaron en el desfiladero de Athlit, desde donde protegían los pasos cerca de Cesarea. De todas maneras, hay que tener en cuenta que se sabe que eran nueve caballeros; pero, siguiendo las costumbres de la época, no se conoce exactamente cuántas personas componían realmente la orden al principio, ya que todos los caballeros tenían un séquito menor o mayor. Se ha venido a considerar que por cada caballero habría que contar tres o cuatro personas más, por lo que estaríamos hablando de entre treinta y cincuenta personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.

Sin embargo, su número aumentó de manera significativa a aprobarse la regla, y ese fue el inicio de la gran expansión de los pauvres chevaliers du temple. Hacia 1170, unos cincuenta años después de su fundación, los caballeros de la Orden del Templo se extendían ya por tierras de las actuales naciones de Francia, Alemania, Reino Unido, España y Portugal. Su expansión territorial contribuyó a incrementar enormemente su riqueza, la mayor en todos los reinos de Europa.

Los templarios participaron de forma destacada en la Segunda Cruzada, durante la cual protegieron al rey Luis VII de Francia luego de sus derrotas ante los turcos. Hasta tres grandes maestres cayeron presos en combate en un lapso de 30 años: Bertrand de Blanchefort (1157), Eudes de Saint-Amand y Gerard de Ridefort (1187).
EL PRINCIPIO DEL FIN

Pero las derrotas ante Saladino, sultán de Egipto, los hicieron retroceder. Así, el 4 de julio de 1187, en la batalla de los Cuernos de Hattin, que tuvo lugar en Tierra Santa, al oeste del mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun), el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes templarios y hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y de Reinaldo de Châtillon, se enfrentó a las tropas de Saladino. Este les infligió una gran derrota, en la que el gran maestre de los templarios Gérard de Ridefort cayó prisionero y perecieron muchos templarios y hospitalarios. Saladino tomó posesión de Jerusalén y terminó con el reino que había fundado Godofredo de Bouillón. Sin embargo, la presión de la Tercera Cruzada y las gestiones de Ricardo I de Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron un acuerdo con Saladino para convertir Jerusalén en una especie de ciudad libre para el peregrinaje.

La batalla de los Cuernos de Hattin, en 1187, fue el momento decisivo de las cruzadas.
Después de ella, las cosas empeoraron. En 1244 Jerusalén, que había sido recuperada 16 años antes por el emperador Federico II por medio de pactos con el sultán Al-Kamil, cayó definitivamente. Los templarios se vieron obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con otras dos grandes órdenes monástico-militares: los hospitalarios y los teutónicos.

Las posteriores cruzadas (la Cuarta, la Quinta y la Sexta), a las que también se alistaron los templarios, no tuvieron repercusiones prácticas en Tierra Santa o fueron episodios demenciales (como la toma de Bizancio en la Cuarta Cruzada).

En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como san Luis) decide convocar y liderar la Séptima Cruzada, pero su objetivo ya no es Tierra Santa, sino Egipto. El error táctico del rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados condujeron a la derrota de Mansura y a un desastre posterior en el que el propio Luis IX cayó prisionero. Fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, quienes negociaron la paz y prestaron al monarca la fabulosa suma que componía el rescate a pagar por su persona.

En 1291 se produjo la caída de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su maestre, Guillaume de Beaujeu. Constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la orden, que mudó su cuartel general a Chipre, isla de su propiedad tras comprarla a Ricardo Corazón de León, pero que hubieron de devolver al rey inglés ante la rebelión de los habitantes.

La convivencia de templarios y soberanos en Chipre (de la familia Lusignan) fue incómoda hasta tal punto que la orden participó en la revuelta palaciega que destronó a Enrique II de Chipre para entronizar a su hermano Amalarico. Esto permitió a la orden sobrevivir en la isla hasta varios años después de su disolución en el resto de la cristiandad (1310).

TRAS SU EXPULSIÓN DE TIERRA SANTA

Los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para penetrar nuevamente desde Chipre en Cercano Oriente. Fue la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo intentó: los hospitalarios y los caballeros teutónicos orientaron sus intereses a otros lugares. La isla de Arwad, perdida en septiembre de 1302, fue la última posesión de los templarios en Tierra Santa. Los jefes de la guarnición o murieron (Barthélemy de Quincy y Hugo de Ampurias) o fueron capturados (fray Dalmau de Rocabertí).

A la postre, este esfuerzo se revelaría inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad como por el hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le interesaba conquistar los Santos Lugares. Los templarios quedaron aislados. De hecho, una de las razones por las que al parecer Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron era su intención de convencer al rey francés para emprender una nueva cruzada.
DISPOSICIONES SOBRE LA ORDEN DEL TEMPLE 

1129 - Actas del Concilio de Troyes: Aprobación de la Regla por los padres conciliares.
c. 1130 - De laude novae militiae: San Bernardo elogia la nueva caballería y consagra los Templarios.
1135 - Concilio di Pisa: ratificación de la Regla y concesiones a los templarios.
1139 (29 marzo) - Omne Datum Optimum: Inocencio II aprueba la regla y concede la protección papal.
1144 (9 junio) - Milites Templi: Celestino II proporciona protección eclesiástica y fomenta las donaciones.
1145 (7 abril)- Militia Dei: Eugenio III les autoriza a recaudar el diezmo y a poseer sepulturas propias.
1307 (22 noviembre) - Pastoralis Praeminentiae: Clemente V ordena el arresto de los caballeros y la confiscación de sus bienes.
1308 (12 agosto) - Faciens Misericordiam: Clemente V crea el procedimiento para procesar a los templarios.
1308 (12 agosto) - Regnans in Coelis: Clemente V convoca el Concilio de Vienne para debatir sobre los Templarios.
1312 (20 de marzo) Concilio de Vienne: Se decide la supresión de la Orden.
1312 (22 marzo) - Vox in Excelso: Clemente V disuelve la orden de los Caballeros de Templarios.
1312 (2 mayo) - Ad Providam Christi Vicarii: Clemente V concede las propiedades de los templarios a los Caballeros Hospitalarios.
1312 (6 mayo) - Considerantes Dudum: Clemente V determina la suerte de los confesos y afines.


Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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