domingo, 8 de diciembre de 2019

(26A) Los Templarios: Parte I de VII

ORDEN DEL TEMPLE (Parte Primera)

Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, también llamada la Orden del Temple, cuyos miembros son conocidos como caballeros templarios, fue una de las más poderosas órdenes militares cristianas de la Edad Media.​​ Se mantuvo activa durante algo menos de dos siglos.

Fundación: 1119, Jerusalén, Israel
Fundadores: Hugo de Payns, Godofredo de Saint-Omer.

Los caballeros templarios se encontraban entre las unidades más cualificados de lucha de las Cruzadas. Los miembros no combatientes de la Orden lograron una gran infraestructura económica en toda la cristiandad, innovando técnicas financieras que fueron una forma temprana de la banca, y la construcción de muchas fortificaciones en toda Europa y Tierra Santa.

La Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón (en latín: Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici), también llamada la Orden del Temple, cuyos miembros son conocidos como caballeros templarios, fue una de las más poderosas órdenes militares cristianas de la Edad Media. Se mantuvo activa durante algo menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 o 1119 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payns tras la primera cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén tras su conquista. La orden fue reconocida por el patriarca latino de Jerusalén Garmond de Picquigny, que le impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
Aprobada oficialmente por la Iglesia católica en 1129, durante el Concilio de Troyes (celebrado en la catedral de la misma ciudad), la Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Los caballeros templarios tenían como distintivo un manto blanco con una cruz paté roja dibujada en él. El 24 de abril de 1147, el papa Eugenio III les concedió el derecho a llevar permanentemente la cruz; cruz sencilla, pero ancorada o paté, que simbolizaba el martirio de Cristo; de color rojo, porque el rojo era el símbolo de la sangre vertida por Cristo, pero también de la vida. La cruz estaba colocada en su manto sobre el hombro izquierdo, encima del corazón.» Militarmente, sus miembros se encontraban entre las unidades mejor entrenadas que participaron en las cruzadas. Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica dentro del mundo cristiano. Crearon, incluso, nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco. La orden, además, edificó una serie de fortificaciones por todo el mar Mediterráneo y Tierra Santa.
El éxito de los templarios se vincula estrechamente a las cruzadas. La pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de los apoyos a la orden. Además, los rumores generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios crearon una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, fuertemente endeudado con la orden y atemorizado por su creciente poder, comenzó a presionar al papa Clemente V con el objeto de que tomara medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron apresados, inducidos a confesar bajo tortura y quemados en la hoguera.​ En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe IV y disolvió la orden. Su abrupta erradicación dio lugar a especulaciones y leyendas que han mantenido vivo hasta nuestros días el nombre de los caballeros templarios.

ANTECEDENTES

Controladas las invasiones musulmanas y vikingas, bien por vía militar, bien por asentamiento, en la Europa occidental comenzó una etapa expansiva. Aumentó la producción agraria, en paralelo al crecimiento de la población. Asimismo, el comercio experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades.

La autoridad religiosa, matriz común en dicha región y única visible en los siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso mundo medieval ideas como la paz de Dios o la tregua de Dios, que dirigían el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para defender a la Iglesia. «Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel verían sus pecados perdonados. Es más, se equipararían a los mártires por la fe».
Existía, pues, un arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a lugares santos, habituales en la época. A principios del siglo XI, Roma fue paulatinamente sustituido, como lugar tradicional de peregrinación, por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de peligros y obstáculos, como salteadores de caminos o fuertes tributos para los señores locales, pero el sentimiento religioso, unido a la esperanza de aventuras y fabulosas riquezas en Oriente, sedujo a muchos peregrinos, que al volver a sus hogares relataban sus penalidades.

El pontífice Urbano II, tras asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su predecesor, Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos, junto con la caída de Jerusalén en manos turcas, propició que en el Concilio de Clermont (en noviembre de 1095) Urbano II expusiera, ante una gran audiencia, los peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las que se veían sometidos los peregrinos que viajaban a Jerusalén. La expedición militar propuesta por Urbano II pretendía también rescatar esta ciudad de manos musulmanas.

Las recompensas espirituales prometidas, aunadas al ansia de riquezas, hicieron que príncipes y señores respondiesen pronto al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se movió con un ideario común bajo el grito de Deus vult! (‘¡Dios lo quiere!’), frase que encabeza el discurso del Concilio de Clermont, en el que Urbano II convocó la primera cruzada.
Dicha expedición militar culminó con la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de territorios latinos en la zona: los condados de Edesa y Trípoli, el principado de Antioquía y el reino de Jerusalén, donde Balduino I asumió, ya en 1100, el título de rey.

Bernardo de Claraval, definía en De Laude novae miliae, el espíritu que regiría la Orden:

.- La disciplina es constante y la obediencia es siempre respetada: se va y se viene a la señal de quien posee autoridad; se viste lo que el distribuye y no se va a buscar fuera alimentos ni vestiduras....

.- llevan una vida en común sobria y alegre, sin hijos ni esposas…

. - Jamás se les encuentra ociosos ni curiosos. 

.- Detestan los Dados y el Ajedrez

.- No practican cacerías.

.- Llevan el pelo cortado al ras, nunca se peinan, raras veces se lavan, la barba hirsuta y descuidada...

Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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