Por medio de la guerra
Tras el cónclave de Fondi (1378), la reina Juana de Nápoles se adhirió al grupo que seguía a Clemente VII pero esta era la opción menos popular entre la población, que quería un papa italiano. El conde de Anjou, Luis I de Anjou, tras encontrarse con Clemente VII pensó en una solución que implicaba el uso de las armas contra el Papa Urbano VI usando la base de Nápoles. Para ello, la reina adoptaría a Luis I como hijo y el Papa Clemente reconocería oficialmente la adopción, luego este se haría con un ejército que entraría en Nápoles y desde allí comenzaría la guerra contra Urbano. El 29 de junio de 1380, Juana adoptó a Luis I, haciéndolo su heredero, pero la acción en Nápoles tuvo que esperar debido a la muerte del rey francés. En respuesta Urbano declaró hereje a la reina Juana, la depuso y nombró rey a Carlos de Durazzo. El 16 de julio de 1381, Carlos III, que tomó ese nombre, se hizo con Nápoles aunque la reina resistió en el Castel Nuovo hasta el 2 de septiembre.
El conde de Anjou no se dio por vencido: se hizo nombrar heredero oficial por el Papa Clemente VII y formó un ejército en mayo de 1382. Atravesó Italia pero en julio la reina muere o es asesinada y su ejército disperso y falto de fondos, aunque gana algunas batallas es finalmente arrinconado en Tarento. Se retira a Bari y luego el conde enferma y muere el 21 de septiembre de 1384. Así, los intentos de acabar el cisma por las armas se mostraron fallidos.
VÍA CONCILII: por medio del concilio
Tras el primer recurso a las armas, y al tiempo de este, se intentaron otras vías para la reconciliación: la primera de ellas es la via cessionis, que pretendía que uno de los dos papas, o los dos, abdicaran; la segunda era la via compromossionis, con la que se aceptaba el arbitraje de un tercero y se acataba la decisión final de este; y finalmente la via concilii, que consistía en que los dos papas debían aceptar el juicio de un concilio ecuménico. También quienes querían acabar con el cisma buscaban algún sistema teológico que permitiera deponer a los papas o juzgar su proceder o la validez del cónclave.
En este momento se desarrolló con fuerza la doctrina conciliarista, que hunde sus raíces sobre todo en las doctrinas de Guillermo de Ockam y Marsilio de Padua, quienes afirmaban la superioridad de un concilio general sobre el Papa. Algunas universidades famosas como las de Oxford, Salamanca y París fueron los principales núcleos del conciliarismo.
Los problemas para la celebración del deseado concilio no eran solo de naturaleza teórica o teológica sino también política dada la división de toda Europa. De todos modos no fueron pocos los que se dedicaron a reflexionar sobre el problema como por ejemplo, Conrado de Gelnhausen, Enrique de Langenstein o Pierre d'Ailly. Dado que el rey de Francia, impulsado por el Conde de Anjou, buscaba la solución por la fuerza del cisma, hizo presión para acallar las voces favorables al concilio: los profesores terminaron por abandonar la universidad y trasladarse a ciudades del imperio donde podían seguir enseñando sus tesis tanto conciliaristas como nominalistas.
RECRUDECIMIENTO DEL CISMA
Cónclave de 1389
Urbano VI murió en 1389. Se pensó que con su muerte se llegaría al final del conflicto, sin embargo, los cardenales fieles al difunto papa escogieron al cardenal Piero Tomacelli como su sucesor. El nuevo pontífice romano tomó el nombre de Bonifacio IX. De igual modo procedieron los cardenales disidentes, tras la muerte de Clemente VII, acaecida el 16 de septiembre de 1394, se reunieron en cónclave en Aviñón, a pesar de la negativa de los reyes, y eligieron pontífice al cardenal Pedro de Luna, quien tomó el nombre de Benedicto XIII. El cisma se recrudeció en la sede de Roma, a Bonifacio IX, le sucedió primero Inocencio VII (1404-1406) y luego Gregorio XII (1406-1415). El papa aviñonés en cambio permaneció en el solio pontificio hasta el fin del cisma. Este era de carácter mucho menos manejable que su antecesor, los franceses cambiaron de bando y se inclinaron por encontrar una solución.
En la Universidad de París, Enrique de Langenstein y Conrado de Gelnhausen, pronto seguidos por Pedro de Ailly y por Jean Gerson, indicaron las «tres vías» que podían poner fin al cisma: el compromiso, la cesión y el concilio.
En 1407 se estuvo a punto de dar una solución al problema, los dos papas de entonces, Gregorio XII y Benedicto XIII, acordaron encontrarse en Savona, para abdicar conjuntamente y dar paso a una nueva elección. Sin embargo, los dos se arrepintieron y no estuvieron dispuestos a ceder el poder. En ese punto los perfiles se dirigían más hacia la solución de un concilio ecuménico, superior al papa.
EL CONCILIO DE PISA
Los cardenales disidentes, las ciudades del norte de Italia, el rey de Francia y por supuesto la Universidad de París llegaron al acuerdo de convocar un Concilio en Pisa, al cual se adhirieron los alemanes y los ingleses. El concilio comenzó el 25 de marzo del 1409, inmediatamente fueron llamados los dos papas (quienes no se presentaron) a comparecer en calidad de acusados y fueron depuestos el 5 de junio como herejes y cismáticos, basándose en las teorías de Ailly y Gerson. Los 24 cardenales presentes se reunieron en cónclave inmediatamente y eligieron como nuevo Papa a Pedro Philargés, franciscano, humanista, profesor en Oxford y en París y de origen cretense, quien tomó el nombre de Alejandro V.
A pesar de la gran cantidad de obispos que habían acudido a Pisa y de que al papa elegido en el cónclave le siguieran en obediencia la mayoría de los reinos cristianos, la legitimidad de la convocatoria del concilio era dudosa. De hecho no todos los cardenales y teólogos estaban convencidos de que la autoridad de un concilio pudiese deponer a un papa (en cualquier situación), ni de cómo se podría llevar a término esa decisión. El concilio en vez de ser la solución, empeoró la situación, pues se pasó de un diabólico dualismo a un maldito trinomio.
El pisano Alejandro V solo duró un año en el cargo, puesto que murió en Bolonia al año siguiente de su elección. Su sucesor, Baldassare Cossa, será elegido por los cardenales pisanos el 17 de mayo de 1410, y tomará el nombre de Juan XXIII. En Italia, continuó la lucha en Nápoles y Roma, el embrollo llegó a su colmo. Tomada Roma por Juan XXIII y saqueada por Ladislao de Durazzo, aquel celebró en ella un nuevo concilio. Francia se mantenía desgarrada por la contienda entre los borgoñones y los Armagnacs (netamente galicanos).
Benedicto XIII, reconocido por Aragón, Navarra, Castilla y Escocia, se retiró a Barcelona y después, en 1411, a Peñíscola. Por su parte, Gregorio XII se vio obligado a huir a Gaeta y a Rímini por la deserción de los venecianos.
EL CONCILIO DE CONSTANZA
Habemus Papam en el Concilio de Constanza.
Para muchos, la salvación de la Iglesia solo podía venir del Emperador, que era el único que tenía poder para convocar un concilio ecuménico fuera del papa. Segismundo, elegido Rey de los Romanos en 1410, había dado su obediencia a Juan XXIII, pero soñaba con desempeñar la función de mediador. Convocó el 30 de octubre de 1413 un gran concilio para la unión, en la ciudad imperial de Constanza. El 9 de diciembre del mismo año, Juan XXIII confirma la convocatoria, creyendo que podía ser en beneficio suyo.
El concilio de Constanza inició el 5 de noviembre de 1414. Una vez reunida la asamblea, todo se puso a discusión: los derechos del concilio, del Papa, del Emperador, organización de los escrutinios (individualmente o por «nación»), reforma de la Iglesia, entre otros temas. Juan XXIII, el único de los tres Papas que estaba presente, se enemistó pronto con Segismundo y en vez de abdicar, huyó de noche disfrazado. Fue destituido, arrestado y hecho prisionero el 29 de mayo de 1415. En cuanto a Gregorio XII hizo leer un decreto por el que convocaba el concilio de Constanza (cuya legitimidad confirmaba de esta manera) ante Segismundo y renunció al pontificado.
LAS NEGOCIACIONES DE MORELLA
Poco antes de la reunión del concilio, estando ya convocado, en 1414 se reunieron en Morella el rey de Aragón Fernando de Antequera, fray Vicente Ferrer y el papa Benedicto XIII (Papa Luna) en un intento de solucionar el cisma con la renuncia de este último.
El 18 de julio de 1414 hizo su entrada en Morella, a requerimiento del rey que se encontraba allí desde unos días antes, el papa Benedicto XIII. Entró a lomos de una mula y fue llevado bajo palio portado por el rey Fernando y otros caballeros hasta la iglesia Arciprestal. Fernando tampoco descuidó hacer venir de Castilla a Vicente Ferrer, que a la sazón se hallaba predicando por aquellas tierras. El 15 de agosto se celebró la solemne misa, famosa en la historia de Morella, por concurrir a ella un Rey, un Papa y un Santo.
Las negociaciones, infructuosas, duraron hasta que llegó la noticia de la muerte del rey Ladislao de Nápoles (6 de agosto) sin haber dejado sucesión directa, lo que obligó al rey a abandonar Morella. El Papa volvió a Peñíscola a mediados de septiembre, y nunca renunció al papado, muriendo el 23 de mayo de 1423.
FIN DEL CISMA
Ya solamente quedaba Benedicto XIII, Segismundo viajó a Perpiñán para reunirse con él, pero no pudo vencer su intransigencia. Esto determinó a Castilla, a Navarra y, menos claramente, a Aragón a abandonarle y comparecer ante el concilio, en el cual estuvieron representadas desde entonces seis autoridades: la italiana, la francesa, la imperial, la inglesa, la navarra y la castellana. Benedicto XIII fue finalmente depuesto por el Concilio el 26 de julio de 1417 como cismático y hereje. Entretanto, los principales impulsores del Concilio de Constanza estaban empeñados en la realización de la reforma de la Iglesia «en su cabeza y en sus miembros». Para conseguirlo proclamaron el 6 de abril de 1415 la superioridad del concilio sobre el Papa y que la autoridad de la Iglesia no reposaba ni sobre el Papa ni sobre los cardenales, sino sobre la agregatio fidelium, cuya expresión la constituían las naciones.
A fin de asegurar lo acordado, se procedió a la censura de los escritos de Wycliff, el proceso y la condenación de Jan Hus (el 6 de julio de 1415), de Jerónimo de Praga (el 30 de mayo de 1416) y la discusión, con ocasión del asesinato del Duque de Orleans, de la legitimidad del tiranicidio. Se votaron cinco Decretos de reforma, entre los que se destacó el Decreto Frequens (del 9 de octubre de 1417), que imponía la celebración obligatoria de un concilio cada 10 años.
ELECCIÓN DE MARTÍN V Y FIN DEL CISMA
Los alemanes, inquietos por el estado de la Iglesia, quisieron ante todo decretar las reformas indispensables de la misma. Las otras naciones protestaron, por el contrario, contra toda demora en «hacer desaparecer la anomalía de una Iglesia sin jefe». Se decidió agregar a los 23 cardenales, muy atacados por el concilio, a otros 30 prelados (seis por nación). Otón Colonna fue elegido casi unánimemente el 11 de noviembre de 1417 y tomó el nombre de Martín V, quedando de este modo abierta la vía para restablecer la unidad en la Iglesia católica. Dando por finalizado un cisma de casi medio siglo.
Benedicto XIII, el Papa Luna, siguió imperturbable en su postura y murió en 1423, a los 96 años en Peñíscola, a donde había mudado su sede, en el antiguo castillo de la Orden del Temple. Tras ello sus cardenales eligieron a su sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII, último papa de la obediencia de Aviñón, en el Salón del Cónclave del castillo de Peñíscola, lugar donde residió hasta su abdicación en 1429. Esta se produjo en 1429 en San Mateo, Castellón, debido a las presiones políticas del rey de Aragón, Alfonso V, por entonces ocupado en la conquista del Reino de Nápoles.
LÍNEA DE TIEMPO
Impacto socio-cultural
La Iglesia de Occidente vivió uno de los momentos de mayor tensión en la Baja Edad Media. Durante el siglo XIV se da el largo episodio del Pontificado en Aviñón —trasladado a esta ciudad francesa por diferentes razones entre las que destacan la grave crisis que sufría Italia y el deseo de centralización fiscal por parte del papado— y el Cisma de Occidente con la elección simultánea de Urbano VI y Clemente VII. La extinción del Cisma se consigue con la elección de Martín V, en la centuria siguiente; pero, los problemas no se resuelven, surgiendo con fuerza la vía conciliarista.
El triunfo del Pontificado se alcanzó con Martín V en el seno del Concilio. Respecto a la cultura y la espiritualidad, las convulsiones sociales, la presencia de la guerra como un hecho permanente y las duras oleadas de peste que merman Europa, causas y consecuencias de sí mismas, inducen a la toma de posturas y sentimientos contrapuestos y extremos: el más absoluto idealismo y el realismo más desgarrado; movimientos de rígido ascetismo junto a una escandalosa inmoralidad.
Aunque el foco central de la cultura siguió estando en manos de los clérigos, se observó una cierta secularización evidente en el laicismo humanista, cuyos primeros esbozos empezaron a aparecer en esta época.
Fuentes: Wikipedia, Afm Elierf
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