En las ciudades medievales europeas –particularmente en aquellas en las que se desarrollaba una importante actividad de intercambio comercial-, no faltaban los lugares de hospedaje para los viajeros que se encontraran temporalmente en la ciudad. Las posadas, fondas o albergues que se encontraban en todas las ciudades comerciales europeas significaban un punto de descanso especialmente para los mercaderes. Fundamentalmente, desde el siglo X al XV, cuando se advierte un aumento en el número de viajeros, a la vez que éstos presentan cambios en el modo de desplazarse y una diversificación de las motivaciones. A menudo, los establecimientos que ofrecían servicios de hospedaje servían también como casa de juegos.
En líneas generales, se puede considerar que se pasa “de la hospitalidad al hostelaje”, es decir de las formas gratuitas que ofrecían los establecimientos eclesiásticos hacia formas retribuidas por hospedar a viajeros. No obstante, hay que mencionar que las nuevas formas no anulan a las antiguas, sino que se dirigen a grupos sociales diferentes.
Determinados fenómenos sociales como lo fueron las ferias y las peregrinaciones religiosas contribuyeron en gran medida al desarrollo de la oferta de alojamiento.
En las plazas principales de las ciudades, era normal que se celebraran grandes ferias y mercados semanales, a las que acudían habitantes de la campiña. Este tipo de eventos provocaban desplazamientos cortos con un fin estrictamente comercial. Es evidente que las ferias favorecieron en buena medida al desarrollo de los nuevos servicios de hospedaje, pues hacia las ciudades donde aquellas se llevaban a cabo ofrecían, tanto tabernas como posadas y albergues, sus servicios a una clientela extranjera. Así, las ferias contribuyeron a la creación y ampliación de una oferta de servicios destinados a la satisfacción de los desplazamientos, implicando el desarrollo de infraestructuras de servicios.
Del igual modo, las peregrinaciones también produjeron la aparición de servicios de hospedaje, como hospitales y albergues a lo largo de las rutas –en especial, a lo largo de la ruta a Santiago-, desde tiempos anteriores al Bajo Medioevo.
LA ORGANIZACIÓN DE LOS SERVICIOS DE HOSPEDAJE
Si se hace referencia a la organización del hospedaje, hay necesariamente que mencionar que en las poblaciones importantes de Europa resulta evidente que podría realizarse una separación de tipo urbanístico-funcional: las halles o lonjas se destinaban al albergue de las mercancías, al guardado de los carruajes, las bestias de carga, etc., mientras en las posadas o fondas se albergaban los mercaderes.
Tampoco solían faltar en las ciudades, las tabernas y las casas de baños. Precisamente, las tabernas eran lugares fáciles de encontrar, por su desarrollo y difusión dentro de los núcleos urbanos: hacia finales de la Edad Media, pueden observarse 200 en París, 100 en Douai, 66 en Aviñón, 60 en Ruán y 54 en Brujas.
LOS ALBERGUES
Las posadas medievales fueron utilizadas por una buena cantidad de viajeros, por resultar bajos los precios, además de poder obtenerse una moza a precio razonable, si uno guardaba su bolsa. Había posadas tanto en las ciudades como en los caminos principales, de las cuales podían hacer uso mercaderes, banqueros, sacerdotes, peregrinos, frailes, estudiantes, etc.
Los albergues ocasionalmente consistían en amplios complejos capaces de acoger a grupos de viajeros y, especialmente, a caravanas de mercaderes, hecho que explica en gran medida la existencia de grandes caballerizas.
No obstante, en reiteradas ocasiones la demanda no podría ser satisfecha de un modo apropiado por la oferta. “En Lyon, según los taberneros, buenos jueces en este caso, “por cada comerciante que viene a las ferias a caballo y que tiene para gastar u acomodarse en un buen alojamiento, hay veinte que vienen a pie que se conforman con encontrar cualquier pequeña taberna” donde instalarse” . Si bien la afirmación de Braudel se corresponde con lo que sucedía ya durante los inicios de la Edad Moderna, bien podría tomarse para observar lo que sucedía hacia finales de la Baja Edad Media. Junto a grandes mercaderes, las ferias también atraían a vendedores ambulantes de lo más modestos.
En Italia fue donde tuvo aparición, por primera vez, la denominación de hotel para las casas de alojamiento . Recuérdese que bajo el nombre de hotel se denominaban en Francia a los palacios urbanos. Los italianos llamaron hotel al nuevo tipo de casas de alojamiento, porque efectivamente presentaban semejanzas con aquellos. El tamaño era una característica distintiva en muchos de los nuevos hoteles. Por ejemplo, el Hotel de Padua, construido ya en la agonía de la Baja Edad Media, hacia 1450, contaba con un establo con capacidad para 200 caballos, hecho que según Boullón “da una idea de su tamaño”.
LOS HOSPITALES
Por la variedad de funciones que cumplían, los hospitales jugaron un papel muy importante dentro de la vida de un buen número de ciudades. Fueron evolucionando respecto a aquellos que eran conocidos en la antigüedad, es decir, tanto de los asklepieîa griegos –instituciones religiosas para el tratamiento de enfermos-, como de los hospitales que los romanos mantenían para sus soldados.
Durante el Medioevo el cristianismo influyó para que el hospital alcanzara un gran desarrollo. El hospital medieval no debe comprenderse según el sentido actual del término, sino en su acepción etimológica: hospital es el lugar donde se lleva a cabo la hospitalidad. Es así que en ellos se llevaban a cabo fundamentalmente tres actividades: el hospicio para los mendigos, el hospedaje para los peregrinos y la acogida y cuidado de los enfermos. Incluso, hubo hospitales que, a veces, eran utilizados como lugar de alojamiento por estudiantes.
Los bizantinos tenían hospitales que presentaban especialidades distintas: nosocomeîa para los enfermos, brephotropeîa para expósitos, orphanotropheîa para huérfanos, ptocheîa para pobres, xenodocheîa para peregrinos pobres o enfermos y gerontocheîa para viejos. Dentro de la cristiandad latina, por su parte, el primer hospital fue fundado en Roma hacia 400 por Fabiola.
A partir del siglo XI, los hospitales comienzan a ocupar un lugar más relevante dentro de la vida cívica y del viaje, pues es evidente que, al hacerse masivo el fenómeno social de la peregrinación, los monasterios comenzaron a encontrarse desbordados en las tareas de atención y recepción de estos viajeros. Así, surgen hospitales en las ciudades ubicadas dentro de las rutas de peregrinación. En Francia los hospitales atendían a pobres, peregrinos y ancianos, además de enfermos. Dentro de la península itálica existió desarrollo de hospitales en muchas ciudades. En Florencia, por ejemplo, el Hospital de Santa María della Scala –fundado en 1316- contaba con un pabellón en donde se recibía tanto a pobres como a peregrinos, mientras que en otro, se acogía a mujeres pobres que peregrinaban; con el paso del tiempo, también recibiría huérfanos. En 1204, Inocencio III organizó en Roma el hospital del Santo Spirito, y bajo su inspiración se fueron estableciendo instituciones de este tipo por toda Europa.
La sanidad pública medieval, si bien experimentó mejoras en el siglo XIII, no logró nunca recuperar el nivel alcanzado en la Roma imperial. No sólo existían peligros sanitarios para los residentes, sino también para los forasteros. En este tema, Italia se encontraba en mejor situación en general que el resto de Europa occidental, tanto por la herencia romana como gracias a las leyes de Federico sobre el modo de disponer los desechos; aunque, aún así, los peligros se encontraban siempre presentes. Por ejemplo, “la infección palúdica producida por los pantanos circundantes hacía de Roma una ciudad poco sana, mataba a muchos dignatarios y visitantes y de vez en cuando salaba a la ciudad de ejércitos hostiles que sucumbían a la fiebre en medio de sus victorias”. Es así que el hospital también tuvo importancia en la atención sanitaria de los viajeros, del mismo modo que se ocupaba de la salud del residente.
Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga
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